Cuando nos enfermamos, los alimentos pueden resultarnos
menos apetitosos, insípidos e incluso pueden resultarnos amargos. Los
investigadores indican que esta alteración en el gusto proviene de una proteína llamada TNF-α que
interviene en los procesos de inflamación.
Las personas que poseen infecciones, enfermedades
autoinmunitarias u otras inflamaciones, poseen mucho más elevado el nivel de la
proteína TNF-α y esto podría influir a tener una sensibilidad mucho mayor a los
sabores amargos.
Cuando nuestro organismo se enferma por una infección, los
linfocitos T se movilizan y producen esta proteína. A su vez provocan una
liberación de moléculas inflamatorias y las mismas desencadenan en un cuadro
febril, falta de apetito, alteración de la percepción del gusto, dolor muscular
y articular y cansancio.
Investigadores de Filadelfia realizaron una comprobación del
gusto amargo en la boca cuando estamos enfermos a partir de ratones
transgénicos y pudieron observar que los
ratones que presentaban la proteína TNF-α tenían una actividad eléctrica
mucho mayor en las fibras nerviosas cuando tomaban sustancias amargas.
Esto explicaría que cuando estamos enfermos y cuando aumenta
la concentración de TNF percibimos un sabor amargo en la comida. Pero en
realidad la misma tiene el mismo gusto de siempre.
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