De la infancia en adelante, los niños ingieren más
alimentos, toman más líquidos y respiran más aire que los adultos. Kilo por
kilo, una bebé menor que doce meses de edad consumirá el doble de alimento que
una niña de siete a doce años y cuatro veces lo que come una mujer joven de
diecinueve años. Además, los niños respiran más rápidamente y toman un volumen
relativamente mayor de aire por minuto en comparación a los adultos. Los niños
no sólo tienen una mayor velocidad basal de respiración, sino también respiran
rápidamente con mayor frecuencia, especialmente mientras juegan.
Los niños recién emprenden el viaje de la vida. Exploran
constantemente su mundo a través del oido y la vista, como lo hacen
usualmente los adultos, pero también a través del oído y la vista, como lo
hacen usualmente los adultos, pero también a través del gusto, el olfato y el
tacto. Mientras más jóvenes sean, más tiempo pasan sobre el suelo, en donde las
toxinas tienden a asentarse y acumularse.
Por mucho tiempo se ha sabido que los órganos y tejidos que
aún están en desarrollo son más sensibles a dañarse por influencia de toxinas.
La inmadurez del tracto gastrointestinal y de la barrera sanguínea del cerebro
en los niños permite una mayor absorción de tóxicos. Y sus funciones hepáticas
y renales aún no desarroladas son menos eficientes en el metabolismo y
excreción de toxinas. Los niños también tienen menos protección debido a su
sistema inmunitario inmaduro.
Los niños tienen una vida más prolongada por delante para
acumular las grandes cantidades de tóxicos de hoy en día y están desarrollando
enfermedades degenerativas más temprano en la vida. La exposición aumentada a
toxinas, en combinación con su mayor vulnerabilidad, forman la base de la
predicción de que los niños hoy en día tendrán una expectativa de vida menor
que sus padres.
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