Las parábolas son relatos, historias escuetas, claras, sencillas, y su finalidad es transmitir una enseñanza del modo más comprensible y fácil de recordar.
En todas destaca la pequeñez de los comienzos; y el crecimiento progresivo de
este Reino; su fuerza regeneradora para los llamados por Dios a la salvación,
que alcanzarán si corresponden a esa vocación.
Jesús predica utilizando parábolas, es decir, ejemplos vivos, imágenes tomadas
de la vida ordinaria, dándoles contenidos ricos y amplios. Después un año de
recorrer los caminos de Palestina, predicando el Evangelio del Reino y
confirmando su doctrina con innumerables milagros. Muchos creen, otros no.
Jesús habla del Reino de Dios con tacto y utiliza parábolas en las que, sin
ocultar que está diciendo cosas nuevas incita a los oyentes a interesarse y les
advierte: "!quién tenga oídos para oír, que oiga". Entenderán los que
tengan un corazón dispuesto a la conversión a Dios con el rechazo del pecado,
también en sus formas más sutiles.
La parábola del fariseo y el publicano
Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y
el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de
todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía
a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios
ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado a su
casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se
humilla será ensalzado"
El orgullo del fariseo
La oración del fariseo es rechazada porque sus pensamientos
son fruto del orgullo espiritual. Hace cosas difíciles y loables en sí mismas,
pero con intención torcida. El fariseo se vanagloria de sus limosnas, de sus
ayunos y se compara con el publicano, al que considera inferior, juzgándole.
Busca el secreto orgullo de saberse perfecto. No le mueve el amor de Dios, y no
es consciente de que, sin la ayuda del Señor, no puede nada. El orgullo ha
tomado una apariencia espiritual que esconde un pecado de soberbia, difícil de
curar, porque está llena de buenas obras no para la gloria divina. Usa a Dios
para la propia gloria.
El perdón
El publicano, en cambio, dice la verdad de su propia
indignidad, por eso pide perdón. No se compara con nadie, se sitúa en su sitio
y Dios le mira con compasión. Le justifica. La suya es una oración humilde, y,
por eso, es escuchada y arranca bendiciones del cielo.
Juicio recto
Jesús quiere que los suyos juzguen con rectitud y no se queden en las meras apariencias, sino que dejen el juicio íntimo para Dios, y ellos oren con humildad, incluso cuando las obras buenas les puedan llevar a un cierto engreimiento y vanidad.
La parábola del trigo y la cizaña
"El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que
sembró buena semilla en su campo". Pero, mientras dormían los hombres, vino su
enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y
echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron
a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene
cizaña? É les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos:
¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero Él es respondió: No, no sea que, al
arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas
hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero
la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo
en mi granero".
La existencia del mal en el mundo
Dormirse porque se han hecho bien las cosas, no es cosa buena; hay que contar
con la acción de los diversos enemigos entre los que destaca el diablo. Es un
misterio que Dios permita la acción del diablo y la malicia de los
pervertidores. No hay que escandalizarse ante la presencia del mal en el mundo;
la extirpación definitiva de todos los males se dará en la fase última del
reino. En la fase inicial se trata de sembrar, en la intermedia vigilar, sólo
en la definitiva, cosechar.
La parábola del sembrador
"Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla
del mar". Se reunió junto a Él tal multitud que hubo de subir a sentarse en una
barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles
muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar.
Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se
la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó
pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó
porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la
sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el
ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga"
La explicación para los que están bien dispuestos es la
siguiente:
“Escuchad, pues, la parábola del sembrador. Todo el que oye la palabra del
Reino y no entiende, viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón:
esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno rocoso es el que
oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino
que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la
palabra, enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la
palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas
sofocan la palabra y queda estéril. Por el contrario, lo sembrado en buena
tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el
ciento, o el sesenta, o el treinta”
La parábola de los dos hijos
"¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos;
dirigiéndose al primero, le mandó: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Pero él
le contestó: No quiero. Sin embargo se arrepintió después y fue. Dirigiéndose
entonces al segundo, le dijo lo mismo. Este le respondió: Voy, señor; pero no
fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? El primero, dijeron ellos.
Jesús prosiguió: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os van a
preceder en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de
justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le
creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os movisteis después a
penitencia para poder creerle"(Mt)
Necesidad de obras
No bastan las buenas disposiciones para alcanzar el reino;
son necesarias las obras de amor y penitencia, aunque al principio advierte una
resistencia a cumplir la voluntad de Dios. Las conversiones de tantos pecadores
acreditan que pueden llegar mejor que los oficialmente “buenos” del Pueblo de
Israel o de todos los tiempos. Obras quiere el Señor.
La parábola de los invitados a las bodas
"El Reino de los Cielos es semejante a un rey que
celebró las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados a
las bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros criados
ordenándoles: Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete,
se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto;
venid a las bodas. Pero ellos sin hacer caso, se marcharon uno a sus campos,
otro a sus negocios; los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y
dieron muerte. El rey se encolerizó y, enviando a sus tropas, acabó con
aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Luego dijo a sus criados: las
bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los
cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Los criados,
saliendo a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos;
y se llenó de comensales la sala de bodas. Entró el rey para ver a los
comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo:
Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero el se calló.
Entonces dijo el rey a sus servidores: Atadlo de pies y manos y echadlo a las
tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque
muchos son los llamados, pero pocos los escogidos"(Mt).
Muchos son los llamados
La validez universal de la parábola es evidente pues todo
hombre es llamado al gran banquete de las bodas del Hijo. Además Jesús dijo
esta parábola es dicha en momentos en que la oposición de escribas y fariseos
es fuerte y violenta. Por ello, Cristo insiste en presentar el Reino de los
Cielos abierto a todos los hombres de todos los pueblos de todos los tiempos.
Muchos son, ciertamente, los llamados; pero sólo se encontrarán entre los
elegidos los que tengan fe en que Jesús es el Mesías rey, y acojan el nuevo
reinado de Dios entre los hombres.
La parábola del buen samaritano
"Un doctor de la Ley se levantó y dijo para tentarle: Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?"(Lc). La misma pregunta que el joven rico, pero sin su ingenuidad. Jesús, que lee en los corazones, le contesta con la ley que él bien conocía: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? Y éste le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Has respondido bien: haz esto y vivirás. Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?" Todo está escrito, pero resulta difícil entender y se suceden las interpretaciones, algunas deforman el fondo, ponen limitaciones y existe el peligro de no vivir lo más importante de la ley y lo que da sentido a todas las demás prescripciones: amar a Dios plenamente, y a los hombres con ese mismo amor.
Y la pregunta, que había tenido su inicio en la insidia, va a ser ocasión de
una de las más bellas enseñanzas de Jesús dicha en forma de parábola: "Un
hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que,
después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo
medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote; y, viéndole,
pasó de largo. Asimismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, lo vio y
pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino llegó hasta él, y al verlo
se movió a compasión, y acercándose vendó sus heridas echando en ellas aceite y
vino; lo hizo subir sobre su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él
mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero
y le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta. ¿Cuál de
estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los
salteadores? El le dijo: El que tuvo misericordia con él. Pues anda, le dijo
entonces Jesús, y haz tú lo mismo" (Lc).
El camino de Jerusalén a Jericó es el camino de la vida, lleno de peligros. Los
salteadores son el demonio y sus secuaces. El sacerdote representa a los que
interpretan la ley, pero sin vida y con legalismos. De hecho, una de las falsas
interpretaciones de la Ley que circulaba en aquellos momentos en la Sinagoga
sostenía que, con sólo tocar a alguien malherido y que pudiese estar muerto,
era contaminante, por esto el sacerdote de la parábola se aleja, igualmente el
levita. El buen samaritano es el hombre que sabe querer al modo divino, que se
olvida de sus ocupaciones, cura, cuida, gasta su dinero, dice que volverá para
ver como va la recuperación. En definitiva, vive la misericordia, ése, el que
está fuera de la ley mosaica, es el que mejor cumple la ley de Dios de amar con
misericordia. El pensamiento de Jesús es de una claridad diáfana. Jesús es el
buen samaritano de los que sufren en este mundo.
La parábola de la oveja perdida
"Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para
oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe a los
pecadores y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: ¿Quién de
vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el
campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la
encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los
amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja
que se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría
por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la
necesitan"(Lc)
La alegría que le producen los noventa y nueve justos -la
mayoría- no parece suficiente al buen pastor, que piensa en el que está
perdido, y –después de dejar seguros a los fieles- busca al extraviado. Nadie
es indiferente al Señor; cada uno vale mucho a sus ojos; le duele la situación
del perdido; sufre y quiere salvarle y se alegra con todos cuando lo ha
recuperado. El perdón tiene el rostro de la alegría por los que vuelven al
redil seguro y reconfortante.
"Es también como un hombre que al marcharse de su
tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco
talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se
marchó. El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a
negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el que había
recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue, cavó en la
tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo, regresó el
amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Llegado el que había
recibido los cinco talentos, presentó otros cinco diciendo: Señor, cinco
talentos me entregaste, he aquí otros cinco que he ganado. Le respondió su amo:
Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te
confiaré lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegado también el que había
recibido los dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste, he aquí
otros dos que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien siervo bueno y fiel;
puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo
de tu señor. Llegado por fin el que había recibido un talento, dijo: Señor, sé
que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes
lo tuyo. Le respondió su amo, diciendo: Siervo malo y perezoso, sabías que
cosecho donde no he sembrado y recojo de donde no he esparcido; por eso mismo
debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera
recibido lo mío junto con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y
dádselo al que tiene los diez.
Porque a todo el que tenga se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo
que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas
exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes"(Mt).
A cada uno según su capacidad. Sólo Dios sabe lo que cada
uno ha recibido en inteligencia, carácter, familia, sensibilidad, dones de
gracia, amigos. Los que dan frutos con sus talentos muestran la alegría por el
bien realizado. El premio es la canonización de su buena acción. Pero el siervo
de pocos talentos y perezoso, que no hace nada porque no tiene amor, en lugar
de confesar su pecado critica a su Señor por lo poco que ha recibido, por eso
es arrojado a las tinieblas exteriores del llanto y rechinar de dientes.
La parábola del hijo pródigo
"Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo
a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo
todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo
lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región
y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella
región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de
saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba.
Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante
mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré:
padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado
hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en
camino hacia la casa de su padre.
Cuando aun estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su
encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el
hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser
llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: pronto, sacad el mejor
traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed
el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado. Y se pusieron a celebrarlo.
El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y
los cantos y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué pasaba. Este le
dijo: Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle
recobrado sano. Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a
convencerlo. El replicó a su padre: Mira cuántos años hace que te sirvo sin
desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para
divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido este hijo tuyo que devoró
tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado. Pero él
respondió: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había
que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a
la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"(Lc).
El pecador que se aleja
La parábola admite en una primera lectura, la situación del
pecador que se aleja del Padre e incurre en todo tipo de pecados en un uso
alocado de la libertad. La carencia de lo mínimo, el hambre que pasa, la
indigna situación en que se halla después de haber malgastado toda su herencia,
le hace rectificar y volver al Padre en un camino de vuelta, difícil y
doloroso. Vive peor que los animales, aunque conserva la conciencia de hijo, a
pesar de saberse indigno de ello. Y la actitud del Padre es un desbordarse de
cariño: aunque respetando su libertad, el Padre salía diariamente a la espera del
hijo; en cuanto le ve llegar, le va al encuentro, le abraza, le besa, le deja
hablar; le prepara un convite, le viste con vestiduras ricas, le da el anillo
de la reconciliación. Más no se puede pedir este perdón, es un amor
extraordinario.
El hijo mayor
El hijo mayor también necesita reconciliación. Se puede ver
en él el resentido que no tiene un corazón como el Padre, y se lamenta de la
vuelta de su hermano. El Padre también es misericordioso con él, aunque la
parábola no dice si entró en el banquete preparado para el hijo menor.
La parábola de la red barredera
"El Reino de los Cielos es semejante a una red que,
echada en el mar, recoge todo clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran
a la orilla, y sentándose echan lo bueno en cestos, mientras lo malo lo tiran
fuera. Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos
de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y
rechinar de dientes"(Mt).
Con estas explicaciones, tan fáciles de recordar, siguiendo
los métodos didácticos de la época y válidos en todos los tiempos, Jesús
muestra el valor incomparable del reino, sus dificultades, el desarrollo y la
situación final en que sean superados todos los enemigos, sin olvidar la suerte
individual de todos los hombres que serán juzgados según su actitud ante el
reino.
"había un hombre rico que vestía de púrpura y lino
finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio,
llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando
saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le
lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los
ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el infierno,
en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a
Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a
Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque
estoy atormentado en estas llamas. Contestó Abrahán: Hijo,
acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio,
males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto,
entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que
quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a
nosotros. Y dijo: Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre,
pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este
lugar de tormentos. Pero replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas.
¡Que los oigan! El dijo: No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos
va a ellos, se convertirán. Y les dijo: Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite"(Lc).
La raíz de la conversión
El uso de los bienes materiales es el criterio de juicio para entrar en el
cielo -llamado entonces seno de Abraham pues aún no había resucitado Cristo que
abre la posibilidad de una felicidad inimaginable en Dios- o en el infierno
-llamado seol o lugar de castigo para las almas pecadoras obstinadas-. La
conversión no ha de venir a raíz de milagros, ni de muertos que vuelven a la
tierra; pues ya tienen la Ley moral en la Escritura o en sus corazones, sino en
el deseo de cumplir la voluntad de Dios que todo judío conocía por la Ley y las
Escrituras y todo hombre tiene inscrita en su corazón como ley natural.
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