Centenares de preguntas rodean el retrato más famoso de la historia. Tras medio siglo de vida, todavía siguen sugiriéndose nuevas interpretaciones sobre todos los elementos de esta obra. Habiendo recibido inevitablemente y merecidamente un reconocimiento como icono cultural, su hechizo traspasa las barreras pictóricas por alimentar todo tipo de ámbitos, ya sean el cine, la literatura o la religión.
¿Quién es ella?
Mirada de reojo, labios finos, cejas y pestañas ausentes, manos grandes, sonrisa imposible de describir... Todos estos rasgos, unidos a un paisaje extraño, lleno de sombras y colores indefinidos, son los que han despertado el interés y el ansia interpretativa de mucha gente, desde el momento que el retrato salió a la luz. Es inevitable observar o hablar de esta obra sin que aparezcan interrogantes cómo: ¿quién es esta mujer? ¿Sonríe? Y si sonríe, ¿a qué se debe? Hay quien se preguntará por qué un retrato es motivo de tanto jaleo y expectación. Seguramente, muchos sólo ven a una mujer posando, que parece sonreír tímidamente, y no encuentran razón para hacerse tantas preguntas ante una imagen que parece sencilla en cuanto a contenido. Pero si se tienen en cuenta las suposiciones y dilemas sobre la identidad de la mujer retratada, y que siempre se ha creído que Da Vinci introducía mensajes ocultos en sus obras, entre otras cosas, no es de extrañar que esta imagen cautive tan sólo con mirarla.
La sonrisa
A la incertidumbre sobre la identidad de la dama, se le unen otros enigmas que hacen más atractivo el retrato. El más famoso es el de su sonrisa. Es cierto que cuando observamos su mirada nos persigue desde cualquier ángulo, y con esto parece sonreír; esta es la sensación que tienen muchos en un primer momento. Entonces uno se pregunta por qué sonríe, y empiezan a nutrirse imparablemente las teorías. ¿Es una sonrisa dulce? ¿De felicidad? O ¿en realidad no sonríe? Hay dos interpretaciones muy discutidas que intentan responder a estas preguntas. Una atribuye la sonrisa al hecho de que se trata de una mujer embarazada (dejando de lado que sea Maria Magdalena o no).
La posición de las manos sobre el vientre, la serenidad del rostro, los dedos hinchados, etc., lo fundamentan. La segunda, habla de una sonrisa burlona en el supuesto de que fuera una imagen afeminada del propio Da Vinci. Este, bajo un disfraz de mujer, se estaría mofando del espectador y por esto nos sonríe maliciosamente. Pero todo esto no deja de ser puras suposiciones.
Reproducciones y referencias
En pleno siglo XX, ante la explosión de la publicidad, el cine y la televisión, y con el gusto por la copia y la transformación del pasado, era inevitable que la Gioconda se convirtiera en icono de moda recurrente. Así, todavía podemos ver como su imagen aparece en numerosos objetos cotidianos, se ha utilizado como imagen publicitaria, y como obra parodiada por varios artistas de renombre. Por ejemplo, el 1919 Marcel Duschamp, artista trasgresor por excelencia, se atrevió por primera vez a reproducir esta obra añadiéndole un bigote y una barba. También la subtituló con las letras LHOOQ, que leídas en francés (elle chaud au cul) vienen a decir: "Ella tiene fuego en el culo". Más recientemente, Andy Warhol y Fernando Botero hicieron sus versiones, y también hay una Gioconda con rasgos de Salvador Dalí. No hace falta olvidar tampoco su inmersión en la literatura y el cine, con El Código Da Vinci o La sonrisa de Mona Lisa, entre otras. Esto no hace más que reafirmar su popularidad y su carácter de icono cultural. Con todo ello, es imposible mirarla como un simple retrato.
Datos de interés
■Mide 77 x 53 centímetros (¡es un cuadro bastante pequeño!)
■Es imagen de más de 400 marcas y nombre de 61 productos
■Es visitada por 6 millones de personas cada año
■El 1911 fue robada por el pintor italiano Vicenzo Perrrugia. Dos años más tarde apareció en Italia
■Fue salpicada con ácido y golpeada con una piedra en el Louvre, dónde ahora se expone tras una vitrina antibalas, en una sala especial que la protege.
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